Imaginaos por un momento que tenéis unos 12 años. Son las 4 de la tarde, no hace tanto calor como para dejaros en casa pero si el suficiente para que el resto del barrio se quede en casa.
Suenan las cigarras y tú estás jugando al tenis en la pista que hay a unos cien metros de tu casa.
Pegas raquetazos solo para entrenar y pode fardar luego, por que a esa edad, el farde es muy importante.
Y, de repente, una pelota se desvía y sale por la puerta de la reja que protege la pista y al mirar hacia allí, ves a este bicho cogiendo tu pelota de tenis, tapando la única salida y con unas zarpas enormes.
Tú casa, cercana, pero a la vez lo más lejana posible.
Te das cuenta que algo caliente corre por tu pierna.
Sientes miedo.
Desde pequeño, aunque fuí un cagueta de la oscuridad, siempre pensé que el terror es más jodido a plena luz del día.
(Dedicado a la pista de tenis de Villa Oracia, a mis 12 añitos y a las solitarias 4 de la tarde)
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